Lo veo a diario y cada vez lo tengo más claro. Los niños son como el software: cuanto más esfuerzo y dedicación hayan invertido en ellos los programadores -papá y mamá-, mejor funcionará el programa –niño-.
Cuando
tengas un programa/niño bien diseñado, puedes confiar en su apropiado rendimiento y despreocuparte un tanto del mantenimiento continuo,
porque un trabajo bien hecho te garantiza autonomía y consecución
de objetivos. Por supuesto, siempre será necesaria alguna
actualización -no hay programa que no necesite una puesta al día-
pero el trabajo más duro, ese código fuente que tienes que picar
desde el primer año del bebé hasta los 5-6, ya estará hecho.
Enseguida
te das cuenta de cuando un niño ha sido ”programado” de manera
chapucera o se ha dedicado poco empeño a la tarea. Fallará más que
Tarzán eligiendo un traje y necesitará un parche tras otro, pero ni
aún así conseguirá enmendar su pobre rendimiento, más si el que
coloca los remiendos es el mismo que diseñó desastrosamente el software.
No hay comentarios:
Publicar un comentario