martes, 30 de marzo de 2010

Balones perdidos


Todo niño ha soñado con ser futbolista de mayor. Por eso, los futbolistas profesionales tienen esa categoría de admirados semidioses: son los escogidos, los privilegiados que encarnan el sueño evaporado de millones de adultos. Por eso también, casi todo el mundo se considera un experto en fútbol: yo podría jugar en el puesto de ese torpe lateral, yo podría entrenar este equipo, y lo haría mejor que todos ellos…


Es más, muchos no sólo soñaron con dedicarse al fútbol, sino que creyeron, estuvieron sinceramente convencidos de que reunían las cualidades necesarias para ello. Después, las circunstancias de la vida lo impedirían, pero la materia prima, el talento, ahí estaba.


Así que siempre que pases por un parque, una plaza, cualquier sitio donde unos niños juegan al fútbol, todavía con la ilusión intacta de ser los Messi o los Casillas de mañana, verás a un adulto pendiente de que se les escape el balón y ruede cerca suyo. Entonces lo atrapará y le dará unos toques sin dejarlo caer al suelo, o lo devolverá a los niños con un pase de fantasía, intentando demostrar (¿a quién? A sí mismo, claro) que el mundo se perdió a un portentoso jugador.


Y seguirá su camino momentáneamente satisfecho con la exhibición, pensando con nostalgia “Aahh, qué fino interior habría sido yo”.

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