martes, 9 de marzo de 2010
Nieve
Lo que más me gusta de la nieve no es verla caer, ni la manera en que transforma y embellece hasta las vistas más cotidianas o insípidas.
No.
Lo que más me gusta de la nieve es el silencio blanco.
Si caminas por la calle después de una gran nevada, o mientras la nieve cae alrededor, quedarás envuelto por el silencio blanco.
Te darás cuenta de como los sonidos se amortiguan, rebotando en las superficies acolchadas por la nieve, y llegan a tus tímpanos tenues, suavizados.
Incluso si afinas el oído, percibirás un envolvente ruido blanco, como si flotaras en una nube, como si sintonizaras una vieja radio de dial en una frecuencia donde no emite ningún canal.
El silencio blanco, como lo describió Jack London, puede ser terrorífico si te atrapa en uno de esos lugares donde la naturaleza se vuelve implacable.
Pero en Madrid, cuando cuaja una de esas rarísimas grandes nevadas de año en año, te proporcionará un momento de dulce paz.
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