jueves, 4 de marzo de 2010

Cirugía casera


De pequeño siempre me gustó todo lo de montar: el Exín Castillos, los puzzles, cosas así. Cuando era necesario el montaje, siempre era yo el encargado de ensamblar los regalos de los Reyes o los cumpleaños. Me acuerdo que una vez armé el barco pirata de los Clics. Decidí no poner una barra de metal en el fondo de la bodega. Pensé ingenuamente que con ella dentro el barco se hundiría. Todo lo contrario: la pieza hacía de contrapeso con el hueco del interior del casco, y ese equilibrio era lo que conseguía que el barco flotase. Sin la barra, nunca flotó. Apúntenmelo como trauma infantil.


Después me aficioné a destripar todo tipo de aparatos electrónicos o mecánicos: relojes, walkmans, calculadoras... Me gustaba ver sus entresijos, abrir la carcasa y mirar los circuitos, los mecanismos internos, las tripas de los cacharros. Cuando algún trasto se estropeaba en casa, antes de llevarlo a la tienda de reparaciones siempre le echaba un vistazo para intentar un arreglo casero. A veces tenía éxito: sólo era cuestión de limpiarlos o de ajustar alguna pieza que se había movido de su sitio.

De vez en cuando todavía le meto mano a algún aparato: antes de desahuciarlo o llevarlo al servicio técnico, intento una operación a vida o muerte. Acabo de tener éxito con la cámara digital: había dejado de funcionar este verano. Es una cámara muy buena, de las que hace cinco años costaban casi 500 euros. Hoy las hay más baratas, más estilizadas, con enormes pantallas y con infinidad de innecesarios megapíxeles, pero mi vieja Sony DSC es de esos trastos sólidos, diseñados para aguantar años: eficaz, duradera, solvente.

La operación resultó un éxito. Tal y como sospechaba, algún granito de arena de playa se había colado en el mecanismo de apertura de la lente, tan delicado que basta esa microscópica intrusión para bloquearlo. Limpiar y ajustar, y lista para funcionar otros cinco años. Me pregunto cuánto me habrían cobrado en un servicio oficial de reparaciones por hacer eso mismo.

Mi mujer se asustó cuando me vio con la cámara y un destornillador en la mano (“La vas a terminar de fastidiar”). Hay que tener una cierta osadía para hacer algo así, pero también hay que perder el miedo a hurgar bajo la cubierta de las cosas. Por todo eso, a mi hija la dejaré jugar con circuitos integrados.

3 comentarios:

  1. Mire, que viniendo recomendado por madclimber, no terminaba de fiarme. Pero el título y esta entrada me hacen comprobar que yo no soy tan raro.

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  2. tas loko ahh po ke no te destornillas tuu?? jja broma

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